Luego de una introducción orquestal que representa el caos de la gran ciudad, la acción se inicia en un cuarto que pertenece a tres vagabundos. Buscan dinero en sus bolsillos, pero no lo encuentran. Entonces deciden forzar a una chica a que permanezca en una ventana para atraer al cuarto a los hombres que pasen. Ella inicia un juego de seducción con una danza descarada, con la que primero atrae a un libertino, viejo y pobremente vestido, quien hace gestos románticos y cómicos. Cuando ella le pregunta si tiene dinero, él contesta "¿Quién necesita dinero? Lo que importa es el amor". Él persigue a la chica, con creciente insistencia, hasta que los vagabundos lo cogen y lo echan.
La chica regresa a la ventana e inicia un segundo juego de seducción. Esta vez atrae a un tímido muchacho que tampoco tiene dinero. El hombre baila con la chica, y cuando el baile se torna apasionado, los vagabundos lo asaltan y también le echan.
La chica va nuevamente a la ventana e inicia su baile. Es cuando los vagabundos y la chica ven una figura bizarra en la calle, que pronto asciende por las escaleras. Los vagabundos se esconden y la figura, un mandarín, permanece inmóvil en la entrada del cuarto. Los vagabundos le ordenan a la chica que lo atraiga. Cuando ella baila, el mandarín se excita y salta sobre ella. Se inicia un forcejeo, la chica logra escapar de su abrazo, y él la persigue. Los vagabundos saltan sobre él, le quitan sus cosas de valor e intentan ahogarlo con almohadas y sábanas. Sin embargo, él sigue con la vista fija en ella. Le apuñalan tres veces con una espada oxidada; el mandarín tambalea, pero salta nuevamente sobre la chica. Los vagabundos lo atrapan nuevamente y lo cuelgan de la lámpara, que se rompe dejando el cuarto a oscuras. El cuerpo del mandarín empieza a brillar con una misteriosa luz azul. Los vagabundos y la chica se horrorizan.
A la chica se le ocurre cómo deshacerse de él. Le ordena a los vagabundos que lo suelten. Cuando el mandarín salta sobre la chica, ella no opone resistencia, abrazándole. Cuando el deseo del mandarín se cumple, las heridas empiezan a sangrar y muere.
Escuchamos la versión de Claudio Abbado dirigiendo a la Orquesta Sinfónica de Londres y a los Ambrosian Singers en una grabación de 1983.
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